lunes, 10 de octubre de 2011

Despedida

Una señal inteligible
guía mi paso firme
de viajero solitario.
Danzan en el viento
las hojas amarillas del otoño,
presagiando la arritmia
del pulso de la muerte.

Cargo mi equipaje de rosas marchitadas,
la herrumbre de la sombra,
y un nombre como tantos.

Arde y cruje la madera,
esparciendo las cenizas
de este crematorio de esperanza.

El tiempo acalla voces;
el recuerdo horada surcos de dolor.
Todo conspira:
la herencia de los muertos,
el frío del invierno,
el silencio de los pájaros.

En el paisaje celestial
se posa la mirada
del ojo que no existe.
Bajo el pie del caminante,
el hueco interminable del abismo.

Ha caído un ángel donde crece la miseria.
Ha muerto un niño de tristeza.

La memoria juega el juego del olvido.
Sin nombre que me nombre,
se agrieta esta montaña de silencio
y hace cumbre la última palabra:
Adiós.

2 comentarios:

  1. Precioso poema, lleno de sensiblidad, de esa que sale del alma y se instala en los corazones.
    Muchos besos.

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  2. Gracias amiga por tus cálidas palabras.
    Besos.

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